ITRAMGRA Y DIOSASÍ*

Me dejaste en viernes

junto al poste de teléfonos

orinando como un perro

mientras la niebla danzaba en las medias interpretando nuestra ópera favorita

y el joven ensayaba para nuevo oficio de palmero en el tablao flamenco

cuando toda la ilusión se proyectaba a tus senos agujereados por termitas benignas

y la pita huesuda del cabello palidece ante el dalle azul que nos va arrinconando a la cueva roja de la gastritis.

Diosasí se cubre la entraña con flores plateadas y los harapos de su carne

se estremecen cuando mis dedos rozan sus huesos antes del coito aminorando la marcha de los movimientos

tiene Diosasí culebras que se le escapan por los huecos de los ojos y una sonrisa de humo de chimenea

cuando contamos las playas del viento salto a salto

a veces he de correr hacia la tierra

y

atrapar antes de que se hunda en un automóvil un trozo de carne que se le ha desprendido.

Diosasí espera gratamente e ingenua feliz

mi subida mágica mientras buceo el espacio con la carne humeante en los labios.

 

El odio no tiene sentido

sólo los puños poseen los cinco dedos que robamos al cementerio

antes de decidir que yo me tendiera al sol

infinitamente

entreteniendo al tiempo

haciéndome hoyos en los muslos con un abrecartas

oxidado en el vientre de plástico.

Una forma más que 3 y menos que 9, Itramgra, desde la alucinación de sus emergencias, situándose en pleno estado cataléptico respondiendo desde sus partículas comestibles se golpeó contra las paredes impregnadas de plástico y sebos creándose un rostro auténtico desprendido de la luz; proclamándose diosa que sobre sus costillas, cada una de colores más o menos intensos, porta las variopintas figuras de un museo de cera y un cuadro embrujado de aquelarres. Diosa dispuesta, especialmente compacta para, en sus múltiples transiciones, en veloz carrera saltando de sus manos prietas poco a poco una hilada de serpentinas amar con plena querencia pasmosa a Diosasí que orgullosa al otro lado del muro de la ida de su personal cuidador el látigo.

Itramgra, diosa de pechos pequeños, pezones agrietados, mirada irresistible que rompe desatando las carnes cosidas y con los pies soldados en la región lumbar ama asquerosamente a Diosasí.

Diosasí amaneció un día desprendida de su capa torácica que voló en aquel mismo momento del despertar abriéndose paso en la ventana. Diosasí la intentó coger, pues en verdad quería a sus senos, pero el camisón la ascendió hasta la cara, se enredó en las manos y a pesar de su rapidez prefirió el momento de placer sufrido cuando se le clavó en el sexo la silla que derribó su caja torácica al huir por estar cansada de no tener manos crespas rizadas que los adormecieran cuando deseosos de amor se oprimían a las vestiduras.

Diosasí se cubre desde entonces el hueco con yedras, paja sintética de colores, tazas de porcelana, bombillas plateadas en un último intento de creación de su cuerpo porque antes no tuvo oportunidad cuando el espermatozoide de su progenitor acarició el óvulo materno.

Según los informes emitidos por la radio clandestina, portavoz del basurero público, ambas fueron declaradas mujeres alegando para tal efecto que bastaba la denuncia efectuada por la hendidura de sus entrepiernas y los pubis velludos triangulares al lado del corte profundo, además de los cortos pechos de Itramgra y la compactación sísmica de Diosasí.

Se decidieron por declararlas fuera de la naturaleza por el afán de complementación que las llevó a tender sus cuerpos una escalera de amor que alternativamente Itramgra y Diosasí habían de subir para alcanzar el culmen del placer.

ITRAMGRA-DIOSASÍ-AMOR

Subida rápida de los montículos fascinantes

a tocar los labios con objetos sexuales

condescendientes de planicies etéreas

diosas de sexos planos

lenguas que acarician las vaginas

muerden los pezones agrietados

absorben la saliva de la boca

y la carne se entrelaza meticulosamente

corriendo el agua del amor de su frente

estopas de cabello estremeciendo

amanece la luz y la obscuridad

al mismo tiempo el deseo

que es una palangana de sangre

se vierte sobre la alfombra

y las estalactitas saladas del techo

caen

donde quedó algo de carmín

Contra la pared la cama, enfrente de la puerta, en un ángulo de la habitación. La puerta está abierta con una sombra proyectada en el suelo más o menos así.

A caballo de la sombra, a cuatro patas, colgando las ubres que tocan el suelo, Diosasí completamente desnuda. Sentada en el centro de la cama recibiendo la luz de la puerta, con los pies tocando las baldosas, desnuda, esperando: Itramgra.

Ceremonia de amor.

Diosasí se mueve lentamente hasta quedar a la altura de lo pies de su amada Itramgra. Esta hace menor el ángulo de sus ingles al acariciar a su amada y besarla en la frente. Después se incorpora hasta el comienzo mismo, retrocede un poco en el espacio, doblándose ligeramente para atrás hasta apoyar la cabeza y el final de la columna en la pared y muere, abriendo casi imperceptiblemente las piernas. Diosasí que ha almacenado saliva en la boca mojó su lengua y lava a Itramgra primero la extremidad inferior izquierda lentamente hasta la ingle. En el muslo izquierdo se detiene, sumerge su lengua en la obscuridad hasta que Itramgra acariciando la rosa de su seno la avisa para que continúe. Termina la extremidad izquierda, se repite la ceremonia en la derecha. Itramgra ahora está relajada, Diosasí con ligera fatiga. Si no hubiera sido por la lentitud y meticulosidad requerida para el acto Diosasí hubiera abrazado urgentemente la cintura de su amada. Hay un pequeño reposo cuando canta el ave. Aprovechando el canto Diosasí descansa sin cambiar de posición e Itramgra hace una línea recta con sus dos piernas presionando con el pie izquierdo la cabecera y el derecho los pies del lecho. Recuesta su espalda sobre el ancho de la cama y la cabeza queda un poco inclinada hacia adelante para mirar el rostro de su felicidad. Diosasí se acerca a ella, con sus manos juega a amasar su vientre y lame profundamente el sexo de la diosa hasta secarlo con el calor de la boca. Itamgra tiene delante de si un desfile de tatuajes de color azul. Diosasí muy cansada se yergue, cierra las piernas de su amada, la gira hasta quedar acostada a lo largo y se tumba a su lado. Al salir el sol vuelve a cantar el ave y la ceremonia termina cuando Itramgra ha lavado completamente con su legua a Diosasí, con la misma parsimonia que antes lo hiciera con ella Diosasí,

Un pueblo sencillo desconocedor de cosmopolitismos, primario, esencial, tenía a su base en el templo. Por las paredes, alimentándose de cal y humedad, dos orugas pegadas por su seda caminaban sin prisa reconociendo el pueblo, a la vez que pasaban desapercibidas. Las orugas poseedoras de mala intención buscaban un sitio tranquilo, tal vez allí lo encontraran, donde transformarse en su forma originaria de diosas Itramgra y Diosasí, en aves o máquinas reparadoras de vestidos de lentejuelas tal como son los vestidos de lentejuelas. Todo era tan espaciadamente silencioso que las diosas, a la sazón orugas que desconocían el pudor al amar, como debe de ser eternamente, se les antojaba impúdico. Llegadas al templo, dejaba de zumbar en el oído el silencio, corriendo los murmullos de un lado para otro. El colorido era intenso y el fervor parecía ser apasionado. Llegadas a la parte de la entrada y salida por el lado derecho apareció a sus ojos tapiados de deseos, dos horas llevaban sin encontrarse la una a la otra; el tenderete con las únicas letras que existían en el pueblo, con los únicos signos gráficos reconocibles para cualquier eventual pasajero de cualquier parte del globo ocular. A pesar del mucho tiempo que debía hacer que se colocaron aquellos signos como si hubieran pintado ayer en tabla con fondo en negro y signos en blanco se leía “FRUTAS DE ORACION” . Sobre el mostrador frutas diversas todas ellas con la peculiaridad de ser derretidas mediante calor y en forma de órganos sexuales de macho y hembra y en tamaños de diferentes edades y coloridos se expendían al fervor público. En el aire zumbaba una mosca. Los bancos se veían repletos entre el murmullo de los fieles hombres-mujeres, de todas las edades con rayas en negro y velos blancos que arrodillados succionaban una y otra vez las frutas adquiridas en el tenderete. Los más jóvenes terminadas las frutas carentes de valor subían al altar y sobre el hermoso mármol de vetas preciosas se entregaban los unos a los otros ante el rictus de recuerdo placentero que tenían los más ancianos cuando se miraban los unos a los otros.

Maravilladas de asombro las orugas montaron en un elevador hasta poder adquirir sus frutas. Las consumieron allí mismo más rápido que cualquier otro y descendieron deslizándose por un hijo dejado al ascender. Ya en el suelo fueron diosas y deslizando sus cuerpos por la nave llegaron al altar para finalizar el rito. Tan hábiles eran en darse placer una a la otra y tal armonía existía en sus cuerpos enredados que todos hicieron corro y al terminar se las obsequió con suspiros de admiración y sorpresa. Ahí terminó aquél día con una gasa que las envolvió de cabeza a pies indispensable para ser más maravillosas aun de cuanto habían demostrado sin proponérselo.

La culebra roja de esta tarde se miró y habló conspiradoramente con su compañera sin saber que la última vez que hice el amor fue con un joven ¿o yo intervine en el papel de joven?. De todas las formas esa lengua aun trastorna las puntas del zorro utilizado en la limpieza de letrinas. Maldita sea la madre que me parió porque odio el asco que me produce a veces tanto ruido sonámbulo que pretende y no llega. Maldigo la cara tan fotográfica que se posa sobre la raya de la manta así como me embebo, a veces, y me lleno del sabor de todo lo que me circunda. En mi neurastenia aprehendida en los tranvías es de donde proviene tanto espanto, de las yemas de los dedos, pero más tarde volveré a hablarte.

¿Por qué Itramgra y Diosasí estaban tan tristes-alegres?. El elemento extraño atravesó sus vidas separándo las narices pegadas desde años atrás. Sus sexos enredados en el vello también se desenredaron. El elemento extraño tenía la tortura del sueño. Era él distinto a los Elementos Extraños pues él recordaba el trigal, las amapolas. En un momento de la habitación la hermana del Elemento Extraño, aquel día tenía diez años, hoy ya posee pasaporte para la muerte, normalmente los pechos comenzaban a despuntar. Ella estaba allí con sus diez años de cintura para arriba desnuda. El ignora si hacía abajo lo tenía cubierto, los pechos como normalmente comenzando se hicieron grandes hasta mujer adulta, la hermana no tenía pies. Se acercó a ella y acariciando las sinuosidades del pecho, los pezones se prolongaron alcanzando el tamaño, la apariencia, la forma, la erección de un pene con su glande correspondiente desflorado. La hermana se transformó en la más maravillosa mujer. El se acercó completamente a los extraños senos, introdujo el duro pezón en su boca, hasta, primero a uno y luego a otro, que sintió el esperma correr por el vientre de la hermana. El esperma que inunda la boca del Elemento Extraño.

Fue entonces cuando escapó velozmente en busca de la vigilia y ni el contacto, leve pausa de roce con las diosas le devolvió lo ansiado. Hoy está el acecho de la Muerte, se ha convertido en Muerte y espera a su hermana. Tal vez de este modo alcance la vigilia.

Hace uno días Itramgra y Diosasí disfrazadas de monjas recorrieron los barrios humildes de la capital tomando nota rigurosa de cada casa con necesidad de objetos indispensables de los cuales los pobres carecen desde siempre y así tuvieron que anotar en su libreta elementos variadísimos que oscilaban en el aire desde palanganas a somieres. Como cosa curiosa fue que para una familia tuvieron que anotar una pareja de ratones pues ellos no tenían y sus convecinos de 5 a 6 parejas en cada casa. Después de las anotaciones ascendieron a su morada celeste y desde allí lanzaron los objetos solicitados, que con la frotación en el aire fueron tornándose en fuego, aumentando de volumen  y de peso. Al caer sobre el barrio pobre comenzaron a derrumbarse las casas pereciendo los que moraban en ellas con posibilidad de andar y salvándose los niños de pecho o de cuna o que todavía no andaban. Los niños de pecho bordeando ladrillos, llamas y vigas viejas, carcomidas; con sus cunas improvisadas momentáneamente de vehículos motorizados salieron al tiempo de los espacios libres sin paredes. Ninguno lloró a sus progenitores ni hermanos porque todos eran conscientes de la responsabilidad que desde entonces en adelante se deprendía sobre sus cabezas: liberar, exterminando todas las viviendas pobres, último recurso que les ofrecía para tal fin la razón ya que aquellos, los pobres, si seguían viviendo, seguirían siendo pobres y si morían, pues se acabó.

Las diosas satisfechas del favor que hacían con aquel sacrificio de uno cuantos millones de pobres, contemplando desde su morada el paisaje de niños de pecho recorriéndolo con sus cunas motorizadas rieron una, dos, tres y hasta cuatro veces. Después desligándose de los hábitos que lanzados al espacio en el descenso venían cantando gregorianos salmos se abrazaron fuertemente y dando vueltas y más vueltas de amor en el vacío volaron sobre los niños de pecho en cunas motorizadas gritando amor, amar, haced igual que el ejemplo, y se amaban. Las amantes se protegían contra los mosquitos, que en aquel tiempo ya hacían de escolta volando arriba y abajo desde el día que volvieron arrepentidos, Itramgra, pechos pequeños, en su adolescencia parió algunos hijos dignos de mamar hipopótamos. La vida de la diosa, pechos pequeños, era alucinante en un quinto piso de una casa detrito desde que elementos extraños perturbaron su suerte obligándola, casi materialmente, a la obligación de cuidar de los que fueron sus partos. Diosasí vehemente deseo de estar junto a su eterno amor arrancó de la pared una metralleta anticipada a su tiempo. Corrió disparando con ella hasta llegar donde sabía que invariablemente, según sus nuevos hábitos estaría y la encontró vestida totalmente de verde con uno de sus partos vestidos de verde entre infinidad de mujeres vestidas totalmente de blanco. Al verla disparó sobre las mujeres que fueron manchando de sangre sus vestidos de enfermera mientras las demás huían despavoridas por todos los lugares posibles. Diosasí gritaba “mira me he convertido en un asesino” y seguía disparando. Itramgra se marchó caminando lentamente siguiendo a su parto por la vía del tren adelante. Una de las mujeres vestida de blanco de cara redonda y sonrosada se acercó a Diosasí y la dijo “yo puedo llevarte hasta su casa. Vivo pared con pared, balcón con balcón, en la casa de al lado” Diosasí la siguió con la maleta al hombro.

En el ascensor de la casa, Diosasí se dio cuenta del amor que inspiraba a la mujer que subía con ella y se despidió agradecida. Apenada por no tener capacidad de amor para esa nueva desgracia. Llegaron al quinto piso, se hizo la oquedad en todo el universo y Diosasí se vio entrando en la alcoba del amor. Itramgra dulcemente lloraba tendida en la cama vestida y sola.

Diosasí recorrió con ella sus dedos de lágrimas hasta secarlos en la piel, la acarició los cabellos, descorrió las persianas de su frente. Después puso un asiento casi imperceptible en sus ojos. Se acostó a su lado. Se abrazaron fuertemente sin palabras y durmieron tiempo intangible respirando amor.

Sobre el río una plataforma de maderos y una casa de metal habitada por luces. Debió de recorrer muchísimos kilómetros la diosa con los pies pegados a sus muslos, por parajes de piedras redondas y cuadradas hasta tocar con los lóbulos de sus orejas las rejas de la vivienda. Cuando llegó no hubo el suficiente tiempo para que creciera toda la carne que en el camino se la fue quemando, pues fue excesivo el desgaste. Tuvo que ir aniquilando racimo a racimo las luces que pretendían crecer más rápidamente que la intransigencia de ella para conseguir su exterminio total. La velocidad la hizo diestra y pudo dormir aquella noche sola con las paredes que emitían un rumor fluorescente. Itramgra tuvo el sueño más real del universo conocido y desconocido. El sueño que la hizo verter tanto amor sobre el suelo emocionada:

Un pájaro azul jugaba y saltando trasformábase en bola de marfil y renacuajo. A los márgenes de sus alas gigantes, formas humanas de bocas espesas hacían destreza de su equilibrio llevando a hombros sobre su nariz.

Una cinta de verbena infinita galopaba en el aire meciéndose. Se introducía por todos los huesos de las figuras combinando colores interminables hasta exprimir una manzana. Diosasí en la cola, presidida por el cortejo era una caja registradora y vomitaba pecas; con paso firme cantando.

La última nube era consciente y descendió a las mejillas de Itramgra sometiéndola a la difícil prueba de la presión de un beso loable.

Sólo el pájaro azul respiraba profundamente convirtiendo el aire de sus pulmones en piedrecitas que festejaban la entrada tan esperada de Diosasí en la cabaña de metal sobre el río de tabla.

No se sobresaltó Itramgra de la súbita visión llena de esperanza porque estaba muy alegre. Abrazó con suma ternura a Diosasí que ahora era un árbol pelado con pies de mármol blanco ribeteado de venas rojas.

Tuvieron que esperar que se calmara el júbilo de los que esperaban en la puerta al amanecer, entre ellos un búho. Ya con el silencio, ida la nube y despiertos los instintos, las palabras agradables soplaron en los oídos: hija de puta, Diosa-árida, Diosa-zorra rastrojera; momentos antes de que en desenfrenada desesperación se entregaran a todas las caricias, con todos los miembros del cuerpo; sobre la rayuela donde se unían las paredes: doce en total.

La mañana estaba cansada en el cuerpo de Itramgra, pero una vitalidad desconocida y recordada movía sus músculos. Sopló la puerta para salir. El alrededor de la cabaña estaba cubierto de señales: dirección prohibida con olor a tabaco de pipa. Libó una de ellas y con presteza embriagada por la alegría de descubrir el seño, aunque tan lejos en semejante botella fue al encuentro que siempre se daba en la hora del deseo de Diosasí.

Itramgra se deslizó por la nieve a culminar sus deseos.

Llegada la hora del aperitivo las aceitunas se cobijan en los dientes y una culebra moviendo los hombros con aspecto de lentejuela la atrapa. La aceituna más grande que la cabeza de la mujer queda desconchada por los dientes  de sus cloacas, trepan pequeños gusanitos que sacando la lengua te saludan hasta que los labios se contorsionan en un ataque epilépticos desquebrajándose, están duros como la piel. Es la hora de los licores pasados, el coito y el dolor de cabeza; cuando una mariposa se fuma su clítoris.

Todo podía quedar en sencillez, pero existe el ansia de conocerse para sobrevivir cuando te lanzan el arpón de aguardiente. Los dioses sobreviven masticando saliva y sus gargantas anudadas las utilizan los niños para probar sus fuerzas estirando las puntas.

Un borbotón de esperanza sale de los ojos que miran el escenario cuando el títere manos en el suelo, pies en el aire, se balancea de izquierda a derecha hasta que las piernas se desprenden del tronco.

Una corbata de ácido recorre las piedras cuando la mano hace una señal que no está en el libro de claves y el tronco se mueve un poco de su atuendo bicolor y espera suene el timbre del teléfono explicando el hecho.

El hollín, cortapisa diminuta, blanquea los lóbulos de la joven que emana despacio del fogón ascendiendo por la chimenea hasta respirar el sopor que resbala por las antenas. Es una joven niña aun con trenzas alrededor del vientre. Viste muselina, cubriéndose el pelo con una redecilla de zapatillas. El día que respiró la niña el sopor resbaladizo de los tejados, las luces de la mañana gritaban su cansancio de escuchar gritos de los niños al escapar del útero obligatoriamente cuando sus inanimados deseos serían refugiarse en algún terraplén con musgo de tetas y ríos sepultados bajo los cabellos ampulosos de una tarde.

Recorrió los primeros tejados a tientas saltando otras chimeneas por donde pretendían hacer crecer en la felicidad del plástico; porque se fue tapando los ojos con un calcetín regalo del último amante en el fuego, rescoldo imperfecto de un hogar.

Llegada la tarde era de día para la mujer. Ya no la cubrían trenzas ni zapatillas; ahora estaba meditabunda, desnuda como el trozo cortado del billete de metro que la parió. Es decir, con la piel de carmín y rímel en la diestra vagina. Con una mano se tapaba la nariz y con la otra pedía limosnas untadas en sebo. Era la mujer diosa de la noche tatuada con aguafuertes.

Bajó rodando por un sombrero de copa hasta la octava calle serpenteante, nublados los ojos por el resplandor de un hombre rubio de tez morena. Muerto de desesperación un estertor intentó escapar del tugurio donde habían concertado la cita tiempo atrás antes de nacer ambos.

La mujer temió tanto la languidez del espectro que emanaba de la boca del hombre que la esperó tanto tiempo. Sin dilación alguna le amó tres veces consecutivas hasta agotar sus fuerzas y después se encerró en su frialdad.

Es indispensable la vuelta al pasaje 5 donde los redondeles del metre se ciernen sobre las hojas. Habían pasado tantas cosas desde tanto tiempo atrás, que ahora, después de tanto tiempo, Diosasí, en ese mismo día, mirada a su espalda, recorría esta misma calle aunque antes en sentido inverso y también el mismo día estaba en este mismo café lamentando su soledad a espacios lentos mirando constantemente el reloj. Hoy miras el reloj, pero no la puerta. Ningún gorro verde hoy aparecerá por ella. En la existencia de la diosa se ha suprimido el mirar a las puertas.

Rueda el globo mostrador adelante y atrás. Es penetrable la aguja que despierta después de tantos sueños; sueños que se imagina cuando posa su mirada en la hoja de cada puerta. Es necesario soñar y Diosasí abre los ojos hasta que toman forma de ojo verdadero y sueñan:

que,

el gorro verde empuja el cristal dejando que los billetes de banco vayan cayendo por los agujeros. Detrás del gorro sonríe Itramgra. Todo su sexo es una sonrisa de cuchilla de afeitar. Cuenta sillas. No falta ninguna. Las mesas, igual. Mira el reloj. Constante. Se acerca a Diosasí que emocionada no se atreve a levantarse, seguir sentada o correr a masturbarse a la trastienda. Es el gran momento de la indecisión:

las diosas se aman profundamente y están los ojos superpuestos. Itramgra se acerca y la acaricia las sienes para quitarla la fatiga de la espera. Las dos sueñan en ese momento, por el sueño de Diosasí, que el mundo las deje que se amen.

A Diosasí no la permitieron estar más tiempo mirando la puerta de cristales, pero como ella se obstinaba en seguir y seguir hasta que el amor fuera posible, lanzaron la Gran Vía de Madrid contra la vidriera hasta que está cedió cayendo los vidrios partidos formando el rostro de la diosa de sus sueños, Itramgra. ¿Dónde mirar?. Verdaderamente era desoladora la fatiga. Un día más en la grupa de mármol. Un día más en la cuenta corriente.

Suspendido el aire en el espacio, los objetos de la miseria recorrían el subsuelo estrellándose contra los olivos. Una pequeña manzana prisionera del gusano saltó por encima de un ejército estampando su zumo en las botellas. Hacía frío en noviembre cuando las cartas salían parejas, eran dadas las consignas constantemente mientras todos obedecían el silbato. Un día nadie tuvo ningún deseo y la agonía hacía más y más prisioneros. Cuando pasó el tiempo de lo imaginario, ese día todos comenzaron a ahorcarse con el gran nudo de los cabellos en el sexo. Como un olivo hay que morir año tras año retorciéndose las cortezas, sintiendo como pasa Dios en su alfombra mágica raída por el asco que inspira con los cojones al aire, chorreando las últimas gotas de su semen y nos desea la paz. ¿Es que ya nadie se acuerda que todo el orden que él estableció está propenso a morir en sus propios costureros? Itramgra y Diosasí duermen nada más, se electrocutan pero sus células sensitivas no responden y duermen. Era domingo o tal vez lunes. Diosasí fue requerida a casa de unas amigas de Itramgra. La casa estaba quieta, camuflada entre otras. Y las amigas de Itramgra tomaban té. Las pastas estaban ya en la boca, Diosasí las miró y luego se acordó que allí quien la había llamado era Itramgra, pero ella no estaba en torno a la mesa con té. Había ido la diosa contenta porque hacía tiempo que no estaba junto a ella. ¿Dónde estará?

Al llegar Itramgra la dio la noticia.

Tengo que marcharme. Estoy atrapada por todos los lados. Nada puedo hacer para liberarme. Quiero así, despedirme de ti. No te muevas, desde ahí dime adiós, no quiero ponerme triste.

Yo te acompaño nos espere lo que nos espere.

Saltaron las diosas a la mesa que las separaba. Las amigas que estaban mirando las dieron la espalda. Ellas en el centro se abrazaron hasta hacerse daño en los músculos, pero sus labios no se tocaron.

La nieve era negrísima y suave, pero a veces tenía asperón pegado a los nudillos de las ruedas de caoba y se desprendían olores de pies sudados sajados antes de ayer por todos los sitios. Sólo le faltaba para llegar al destino la distancia al punto espacial azul con núcleo azul más intenso del que se desprendía un rabito. Cerró los ojos y el centro con rabo tomó el color rojo que aumentó de intensidad alarmantemente hasta convertirse en negro y antes manzana. Abrió los ojos y el círculo, el punto y color, era un huevo frito tiritando de miedo y ambición.

Aquí se percató Itramgra de que Diosasí no existía en firme, de pie, no en su sexo; sino en el espacio. Precisamente entonces tomé el cuerpo de Itramgra e hicimos el amor, siempre el amor, el amor una y otra vez. Hasta ella pasó las barreras de lo irreconocible y firmó estar golpeada por la piedra denominada Diosasí y yo tuve la certeza de ser Itramgra; salvo que ahora las dos corríamos alocadamente por subterráneos donde estrepitosamente corría un foco de agua infectada y peces con flautas afiladas interpretaban pequeñas romanzas, me parece recordar, no sé si se dirá así a aquellas bellas canciones alejadas de todo entendimiento humano y desprendidas de carretes de hijos.

Fue maravilloso enterarnos de nuestras identidades cuando tras una mancha de sangre orinó una vaca todo su desaliento y del vaho exhalante de la corteza espumosa del líquido-orín descubrimos a Diosasí más hermosa que nunca, con sus cabellos recién cortados tendidos a secar en la negrura. Como no queriendo la cosa, me alejé despacio del lugar contaminado por la belleza de la unión que presentía. Diosasí e Itramgra pegaron sus cuerpos, brazos y rostros. Juntos miraban en silencio la corteza rugosa del árbol donde ellas e amaron.

Puedo hablar contigo a solas… más tarde. Gracias.

Necesito una fuerte cantidad de dinero que te la iré pagando poco a poco como pueda. Te la pido a ti porque eres tan ingenua como yo y con decirte que me hace mucha falta tal vez me la prestes. La verdad es que me hace mucha falta, pero no puedo decirte más. Tu moral haría que no me la dieras, sin embargo dos personas se librarían de un remordimiento y conseguirían otro.

Toma el dinero.

Mes a mes la deuda fue cancelándose. Con el último céntimo llegó la explicación que no era más que descargar el peso tan grande de dos personas en alguien más.

Tu dinero, que ya no es tuyo, sino de otro, pues ha sido utilizado para un viaje        de una semana de estancia y para en el lapsus ser llevado a cabo un aborto. Era hijo mío. Toda la vida me lamentaré de que no viva, pero los octavos hijos siempre traen mala suerte. Era necesario te lo puedo asegurar. El día que me dijo vas a ser padre dije parte quiero o si no me chivo. Ella lloró mi escepticismo y la quise más que nunca y al hijo que hemos destruido más que a ella. Pero fue necesario. Tú no lo reproches, es horrible saber que no veré su rostro, que nunca tocaré sus manecillas cálidas jugando en el sofá a que yo soy el ogro que le devora, pero era necesario. Imagínate que por recuperarle me atrevo a romper el principio que nos mueve a todos a no contraer matrimonios sagrados o sacrílegos y casarme con…

manda. El dinero no era tuyo. No ha sido utilizado para nada, ni bueno ni malo, no llores por favor. Yo amo la vida tanto como tú y más a esa, auténticamente vida mía, mi más auténtica vida auténtica

y quería un beso de chocolate, pero señora cómo es posible. Que aquí no estamos en el mercado. Usted ya me entiende ¿o no…? El asunto es fácil. Basta con disfrazarse de tenderete y todo resulta sencillo, espera a la tarde y verás que sorpresa se lleva cuando llegue la onza que a veces no se sabe por qué tiene pintura de marrón más o menos oscuro que la tierra y chorrea gotas y salidas por todos los lados envuelto en cómicos deseos de transformarse en lo que usted desea que se transformen los labios. Espere y verá lo pronto que todo puede ser como usted espera que sea y teme que suceda. Señora es usted muy bella pero pide, exige demasiado para la circunstancia de su cuerpo.

Fal-Dog, todo está perdido. Diosasí se disfrazó de hombre perfectamente reconocible dejándose crecer un tanto los hombros hacía lo ancho y provocándose masajes de su cara con el sexo de Itramgra la creció un poco la barba. Todo el ceremonial lo llevaron a cabo para poder casarse después. Ya estaban un tanto cansadas las diosas de tomarse la mano a hurtadillas y de hacer el amor en las cuchillas de afeitar. Ahora ya libres de la miradas, con anillos visibles, las dos vestidas de blanco recorrieron las tiendas de la ciudad adquiriendo toda la nata que en ellas había y depositarla en la bañera grande que se habían hecho construir a propósito para la noche de bodas. La bañera las miraba, la nata escalaba las resbaladizas paredes del baño formando insospechadas maneras para abrazarlas. Para que la nata no se impacientase y desfalleciera de deseos, Itramgra se metió en ella aplacando el excesivo fuego de sus senos mientras Diosasí con una sierra eléctrica suprimía lo que antes la creciera de hombros y se afeitaba con la piedra pómez. Las dos en el lecho nupcial dando vuelas y más vueltas de amor fueron eliminando la nata que impregnaba sus cuerpos divirtiéndose tratando de, las dos en pie, subir la una a la cabeza de la otra para quitarse la nata de los cabello de la cabeza cuando las dos hartas, sus cuerpos de nata que se las escapaba por los poros de la piel, oídos, ojos, boca, culo y coño bucearon en el resto de la nata en la bañera.

Itramgra fue a los toros con algunos amigos y entre ellos iba Diosasí, pero hacían que no se conocían por que llevaban mucho tiempo que ya no eran amantes. Sacaron las entradas juntas y las colocaron en diferentes sitios. La plaza estaba totalmente a oscuras y sobre el ruedo se representaba una función de teatro. Itramgra fue colocada en un pupitre y la encomendaron la tarea de hacer unas anotaciones para ella desconocidas, mientras Diosasí distante observaba la función y fumaba. En las gradas se fumaba. En una ocasión en que a Itramgra se le acabó el papel, fue fuera de las gradas y ruedo a buscarlo con la obsesión de darse mucha prisa, estaba a punto de terminar la función y si no volvía pronto no terminaría el trabajo encomendado, debiendo quedarse y ya no podría decir a Diosasí que aún la deseaba. Fuera de todo, en el espacio hueco, sucedían las cosas. Itramgra consiguió el papel y los borradores y se encaminaba a su sitio con la esperanza de que se le hubiera ocurrido a Diosasí terminar la tarea de ella, para así tener la oportunidad de hablarla. Pocos metros antes de llegar a la puerta, sobre una escalera en difíciles posturas había muertos tres o cuatro toros flacos con sus respectivos regueros de sangre seca en los peldaños. Uno de los toros se levantó y tambaleándose, escaso de fuerzas, pero su cuerpo visiblemente inflado de veneno la hubiera muerto nada más herirla levemente y hubo de esconderse como pudo en un manojo de estatuillas barrocas de angelitos gordos de mármol blanco que formaban una torre entrelazados unos a otros por los pies, alas o cabeza, formando una sola escultura. Allí estuvo a salvo, pues el flaco y desangrado animal, por más veces que con desgana trataba de herir a Itramgra con su cuerno no lo consiguió. Fue librada de aquel suprahorror por un señor de chaquea, corbata y demás aparejos que con una espada descabello pinchó primero una vez en la nuca del animal sin conseguir su muerte y luego otra, y, ¡ahora sí se desploma!. Por qué además de pincharle excavó en esa cabeza desganada con el hierro. Librada salió de las estatuas pensando si Diosasí habría terminado el trabajo, pero en la sala había mucho humo cuando se la cayó en la nariz el gigante dedo de ópalo dañándola las fosas nasales. La bañera estaba seca e Itramgra no pudo por menos preguntarse si la diosa que amaba días atrás era la que tantas veces: Diosasí. En el ruedo una culebra se movía sin ninguna fuerza.

¡Oh!. ¡Mujer de manos de paloma que un día volaron al cielo!. ¡Qué cada uno de tus muñones acaricien mis pechos!. Tus manos volaron, los trigales están despiertos y las amapolas ríen acariciándome los ojo dormidos por la llama apagada de la siembra recogida entre

¡Oh mujer, a ti me dirijo desde la poesía!. Mujer de piernas truncadas, como tronco de leñador norteño, a ti me dirijo, y te sorprendo correr sin piernas entre los rastrojos, correr y correr hasta encontrar los pastos más espesos para crear un lecho bucólico!. Cuanto te amo mujer sin piernas, sin manos, sin abrigo, y con cánceres en los pechos. Cuanto te amo mujer de mis sueños.

 

*Itamgra y Diosasí. Este relato forma parte del libro Ciudad Maldita que publiqué en febrero de 1981. El próximo año celebraremos el 40 aniversario de su publicación. Casi nada. Su salto de libro autoeditado que se vendía en el Rastro, en estaciones de Metro y plazas a un medio como es este Blog es inevitable, a poco que quiera sobrevivir el texto y su autor. Ni más ni menos.

¿Narración fantástica? ¿Relato poético? ¿Absurdo continuado? Tal vez un poco de todo y de nada a la vez. Siempre he tenido este texto en mi cabeza, es un sueño prolongado, un sueño en plena vigilia.