LA ISLA
O
EL HOBRE QUE ANDABA DE PUNTILLAS
I
En el centro del escenario un desarrapado Cárabo con un arrugado sombrero entre las manos observa todo atónito, no puede creer lo que está viendo y lo que adivina. Le sorprenden las luces, el decorado, el público… todo llama su atención.
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Cárabo.- Con todo lo que he andado y aquí está el resultado: soy una isla entre objetos, nunca debí decir lo que pensaba, tengo que procesar más las cosas ¿qué me importaban a mí las ojeras del primer ministro? ¿Qué parecía un perro pachón? Pues que lo pareciera, ¿qué más me daba? Es que hay que ser tonto de remate, sabiendo de las prohibiciones y saltármelas así, a la torera…
Viento .– (entrando por el foro) ¡Señor¡ ¿A oído hablar del canto de la oropéndola? Es que estoy buscando un sitio donde poder descansar y este bosque de objetos sucios parece un buen lugar y solo está usted. Es muy extraño pues me indicaron detrás de ese telón que aquí podría encontrar un buen sitio para descansar y hasta pudiera ser que tuviera algo de conversación. No es que sea muy habladora, pero nunca viene mal una parrafada con un amigo. ¿Por qué usted es amigo no?
Cárabo.- A mi no me mire, no tengo propósito de almohada y de hablar lo justo; sí y no y a veces tal vez.
Viento.- ¿Sabe de qué le hablo?
Cárabo.- No
Viento.-( Pues va a ser verdad. A ver qué dice.) ¿Es usted el filántropo escapado de la casa de salud, o sea, manicomio? Perdone la intromisión en su introspección.
Cárabo.- Tal vez.
Viento.- No es por nada, pero como le veo a usted tan bien puesto, tan bien vestido. Bueno, un poco disfrazado, pero bien vestido y tan buen mozo que he pensado que usted sería un buen conversador y que me podría explicar algunas de las cosas que desde hace algún tiempo me rondan por la azotea y no acierto a descifrar. Todo el rato me anda revoloteando la felicidad. ¿Sabe usted que es la felicidad? (Da igual, este no sabe nada) (al oído muy confidencial) No crea que estoy loca. Le hablo de estas cosas para despistar, el enemigo no duerme, está siempre atento a lo que decimos, hacemos, vemos… y tenemos que andar con mucho cuidado, con pasos de plomo.
Cárabo.- Pues ¿sabe usted una cosa?
Viento.- Si no me la dice, no.
Cárabo.– Desde que he entrado aquí estoy pensando en usted, incluso antes de que llegara. No sé por qué pero usted me recuerda a alguien que conocí hace mucho tiempo, muchísimo tiempo. Yo era aún pequeño…
Viento.- ¡Hijo!.
Cárabo.- ¡Madre!.
Viento.- Sabía que volveríamos a encontrarnos.
Cárabo.- ¿y ahora qué hacemos?
Viento.- Pues no se…
Cárabo.- Deberíamos abrazarnos, hace mucho que nos separamos, o tal vez darnos un beso de reconocimiento o…
Viento.- ¿Cómo has tardado tanto?
Cárabo.- Cuando me dejaste se produjo en mi un vacío muy grande, no te lo reprocho, no vayas a interpretarme mal, pero me faltaba tu mano para guiarme y me encontré muy desvalido. No obstante me repuse e hice todo lo que un Cárabo es capaz de hacer cuando se queda sin madre. ¿Lloré? Pues sí, lloré y poco a poco dejé de llorar y cada vez tu rostro era más difuminado, más como cualquier otro rostro de los cientos y cientos que veía a diario y supe que si te encontraba me sería muy difícil reconocerte, casi imposible. Después vinieron días que pasaron sin tener un solo momento para ti. Me fueron atrapando circunstancias y circunstancias y cuando tenía un momento de sosiego me decía; joder si hace por lo menos dos o tres días que no he dedicado un minúsculo pensamiento en recordar. En esos recuerdos olvidados siempre estabas tu.
Viento.- Y yo aquí esperando.
Cárabo.- Sí, tu aquí esperando. Por fin nos encontramos en esta nada para siempre.
Viento.- Pobre niño despeinado. ¡qué solo por esos caminos¡ Si hubiera podido habría estado contigo más tiempo, sobre todo en esos ratos desesperados. Ya no podemos hacer nada por nosotros, debemos perdonarnos todo. En este espacio no cuenta el pasado, no hay futuro y el presente es solo una palabra sin pasado ni futuro.
Cárabo.- No vayas a pensar que me he pasado media vida esperando este momento, de eso nada, aunque me veas así he hecho cosas muy importantes.
Viento.- Las puedes enumerar. Cuéntanoslas, te escucho.
Cárabo.– No.
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