Nuevamente traigo al blog dos relatos, para terminar el mes de junio.

OJOS

Estaba hablando de los ojos. Me gusta mi nueva imagen. Estos son los ojos que miran. También hay ojos secos, ojos húmedos. Ojos que enamoran… ¿Cómo son tus ojos? Podríamos iniciar un #reto.

Con este comentario acompañando a  unos ojos nada más, como parte única del cuerpo, fue la publicación que hice en Instagram el pasado día 18 de junio.

Apenas tres «me gusta» y un comentario elogiando el color de los ojos publicados, que todo hay que decirlo, son míos, mereció la idea.

Espero que esto no haya sido porque ya no interesa la mirada ni lo que dicen los ojos.

¿Cómo son tus ojos? Es una gran pregunta, un interrogante con una carga de profundidad letal, motivo por lo que la rechazamos.

El tema es banal, una poética en desuso. ¿A quién le importa la contemplación?

En la calle, en el autobús, en el supermercado, incluso según voy andando por la calle observo los ojos de las personas a mí alrededor, a veces con tanta insistencia que me arriesgo a tener alguna tontería física o verbal por descarado.

Me pierdo en el fondo de tus ojos. Me ayuda mucho el espejo del cuarto de baño, también la ampliación del autorretrato hecho con el móvil.

Estoy aprendiendo a conocerme a través de los matices de colores iguales y distintos de los ojos.

Me veo reflejado. No hay tanta maldad como creía. Tampoco una bondad infinita, no lo vayáis a creer.  Tienen sus cosas malas, buenas y contradictorias.

Veo el mar y recuerdos. Muchos recuerdos que me llevan a paisajes donde estuve y estaría sentado en la húmeda arena contemplando por un lado el océano y a la espalda montañas vivas rugiendo en sus cascadas y arroyuelos.

Abrazos. Te tengo tan cerca que apenas te siento.

Este vacío o estoy tan liviano de peso que no siento el cuerpo sobre la arena no tiene nada que ver con los ojos que miran perdidos.

Reconozco cada palmo de tu cuerpo, el gusto salado del ombligo y mi lengua humedece los labios mientras tratas de descubrir en mis ojos si aun te sigo queriendo.

Y los ojos no mienten.

LUISITO

 

Los viernes, cada quince días, se repetía la misma situación.

El coche entraba donde solo podían entrar los taxis que iban a recoger pasajeros, en un hueco allí se paraba. Por la puerta del copiloto se bajaba un niño regordete de no más de once años, bobalicón, con cara de buena persona. Por la puerta del conductor bajaba su abuela hablando sin parar, no dejando que metiera baza el hombre que les estaba esperando, el padre del niño. Del maletero sacaban la maleta con toda la ropa necesaria para el fin de semana que tenían por delante.

La abuela no dejaba de hablar.

Se ha portado fenomenal toda la semana. ¡Es más bueno¡ Bueno, ya sabes tú de sobra como es. Perdona que nos hayamos retrasado un poco, es que hoy el tráfico estaba infernal (como todos los viernes, piensa el hombre que les estaba esperando) ¡Vamos a tener que salir antes¡ (Siempre diciendo lo mismo, piensa el h.q.l.e.e.) Bueno Luisito, cariño, hasta el domingo que tengo un poco de prisa.

Sin más se montaba en su coche y adiós.

En la acera quedaban Luisito, su maleta y el hombre que les estaba esperando.

El hombre pone su mano en los hombros de Luisito, le dice algo afectuoso y con la otra mano coge la maleta y comienzan a caminar. Por delante tiene todo un fin de semana para estar con su hijo, sin su madre.

Su madre no ha venido a traer a Luisito porque está todavía en esa fase en que no puede ver al hombre que les estaba esperando, aunque sea el padre de su hijo o precisamente por eso. El hombre en el fondo lo agradece. Quiere estar con Luisito, su hijo, y ella ya no pinta nada en la película de su vida.

Los domingos por la tarde, cada quince días, se repetía la misma situación.

El coche conducido por la abuela de Luisito aparcaba en el mismo sitio y ella esperaba paciente a que llegara Luisito con su maleta de la mano de su padre.

En cuanto les veía aproximarse salía del coche, habría el maletero para dejar la maleta de Luisito y no dejaba de hablar.

¿Te habrás portado bien? Seguro, con lo bueno que eres. Anda, móntate que nos queda todavía un rato hasta llegar a casa. Está el tráfico infernal. Da un beso a tu padre y vamos. Perdona que no me entretenga, es que llevo un poco de prisa. (Como todos los domingos, piensa el padre de Luisito)

Su madre no ha venido a recogerle porque está todavía en la fase en que no puede ver al padre de Luisito sin que un escalofrío recorra su cuerpo de la cabeza a los pies.

El padre de Luisito se queda en la acera viendo como  se aleja el vehículo donde va su hijo y no dejan de mirarse, aunque no se vean porque la tristeza empaña sus ojos.